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DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA
III
Esquemas estratégicos
Ramiro Ledesma Ramos


|Indice Doctrina| |Discurso II|
|1.- Accion Politica| |2.- Accion Directa| |3.- La minoria rectora| |4.- No es problema de mayorias|
|5.- La realidad del pueblo español| |6.- La Iglesia Catolica| |7.- El concurso de los trabajadores|



IMPORTA aún más que una idea clara de lo que se quiere, el cómo ha de lograrse y de qué infalible modo se puede llegar a su conquista. Un buen camino suele conducir siempre a un espléndido lugar, y él mismo es ya su propia justificación. Las juventudes que hoy en España comienzan a percibir la angustia de su destino, y a ensayar gestos de acción, tienen que conceder a los problemas relacionados con su ruta estratégica la atención máxima. Pues están solas como impulso, como afán de darse a sí mismas y a la Patria un empujón histórico. Pero no están solas en otros aspectos, ya que en España hay además de ellas una serie de fuerzas, de ideas, de trincheras, de intereses, etcétera, entre los cuales hay necesariamente que moverse, venciendo a unos, neutralizando a otros y asimilando a los demás.
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LA ACCIÓN POLÍTICA



Las juventudes españolas, como sujetos históricos de la revolución nacional, tienen sobre todo que elegir, sin posibilidad de opción, como campo y teatro de su presencia, éste : la acción política. Y ello, nunca para incrustarse en sus banderas actuales ni para servir lo más mínimo los problemas que en ella se planteen, sino con esta doble finalidad : primera, apoderarse de las zonas rectoras, donde en realidad se atrincheran los poderes más directamente responsables de la inercia hispana; segunda, acampar en el seno mismo de las eficacias populares, en el torbellino real de las masas.

No es, pues, en la ciencia, en la religión, en la sabiduría profesional, en el culto doméstico, en el deporte, donde la acción y la presencia de las juventudes debe manifestarse en esta coyuntura anómala de la Patria : ES EN LA ACCIÓN POLÍTICA. Aquí tienen que confluir los bríos, considerando aquellas otras cosas como valores que en este momento deben subordinarse a los propósitos de la revolución nacional, objetivo en el fondo de índole política, y reconociendo que aquéllos son inoperantes, parciales, e inadecuados por sí solos para las tareas históricas que hoy nos corresponden.

España no recobrará su gran destino ni los españoles recobrarán su vida digna, CON RAPIDEZ Y URGENCIA, por el camino de la sabiduría, ni por el de la misión religiosa, ni por el de la preparación profesional, ni por el hecho de que todos seamos buenos deportistas. Todo eso, AUN LOGRADO, podría muy bien convivir con la desgracia histórica de España, con su servidumbre, con su disgregación y con su esclavitud internacional.

El timón de la rapidez, de la urgencia, es el que permita desarticular y vencer el poder político dominante, sustituirlo, y emprender con las masas españolas la edificación y conquista histórica de la Patria. Eso requiere ir a la acción política, aun con el propósito evidentemente de reducir a cenizas la política partidista, mendaz y urdidora de desastres.

Presentar a las juventudes el camino de la acción política es mostrarle el lugar concreto donde reside el timón histórico que ellas precisamente necesitan, donde está -y en manos ineptas, insensibles o traidoras-, el trasmutador eléctrico, mediante el que se dan los dramáticos apagones o se encienden y abrillantan las rutas históricas.

No hay escepticismo peor ni doctrina más pemiciosa e impotente para las juventudes que el caer en el apartamiento, la desilusión y el desprecio inactivo por las movilizaciones y eficacias del linaje político. Quienes las adopten se condenan sin remisión a un 1imbo permanente, a una eterna infancia de imbéciles y de castrados.

La primera preocupación estratégica es, pues, la creación de un órgano de acción política, bien acorazado para resistir las sirenas, para despreciar los contubernios y para dar el golpe definitivo al artilugio político de los partidos en que se basa y apoya el Estado vigente. A la política, pues, no en papel de rivales de estos o aquellos partidos, sino en rivalidad permanente y absoluta con el sistema entero. Política contra las políticas. Partido contra los partidos.


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ACCIÓN DIRECTA



Que las juventudes tienen que adoptar una táctica de acción directa, es decir, una moral de desconfianza hacia todo lo que no proceda de ellas y una decisión de imponer por sí mismas las nuevas normas, es algo en realidad incuestionable.

Eso va implícito en la actitud que antes hemos dicho corresponde a nuestros jóvenes : la actitud del soldado. El  soldado practica siempre la acción directa, y es, por su propia calidad, el único que la representa en toda su gran fecundidad y relieve moral.

Las juventudes son, asimismo, como sector social, las únicas que imprimen a la acción directa, no un sentido particularista, de exacerbación y desorbitación de una clase, sino el carácter íntegramente nacional y humano, la justificación profunda de su violencia para con los valores parásitos y para con los intermediarios provistos de degradación.

La acción directa garantizará a nuestras juventudes su liberación de todo mito parlamentarista, de todo respeto a lo que no merece respeto, de toda prosternación ante ídolos vacíos y falsos. Pues se verá siempre en peligro, al aire, en plena vida ascética y de gran dimensión emocional, de gran potencialización histórica.

En la práctica de la acción directa se efectúa, además, algo que en nuestra Patria es urgentísimo : la posible aparición y selección de las nuevas minorías rectoras, procedentes de las masas, surgidas de ellas, y sustituidoras, por propio y auténtico derecho de conquista, de las minorías tradicionales o procedentes de los partidos y sectas políticas dominantes.

La acción directa no es siempre ni equivale a la violencia armada. Es, en primer lugar, la sustentación de una actitud de ruptura, de una moral de justicia rígida contra la decrepitud o la traición, de una confianza plena, totalitaria, en lo que se incorpora y trae.

La violencia, la ruptura, tendrá en nuestras juventudes, como realizadoras e impulsoras de la revolución nacional, un eco profundo de realización moral, de heroísmo, de firmeza y de entereza.

Precisamente por ello cabe adscribir tres justificaciones, tres dimensiones a la violencia de las juventudes, de las cuales una sola, cualquiera de ellas, bastaría y se autojustificaría de modo suficiente :

  • a) Como valor moral de ruptura, como desprendimiento y rebelión contra valores decrépitos, traidores e injustos.
  • b) Como necesidad, es decir, como principio obligado de defensa, como táctica ineludible en presencia de los campamentos enemigos (España está hoy poblada de verdaderos campamentos, en pie de guerra).
  • c) Como prueba, como demostración de entereza, de capacidad y de la licitud histórica que mueve a los soldados de la revolución nacional.
Estas justificaciones vedan a la acción directa de las juventudes, toda caída en el crimen, en el bandidaje y en la violencia política vituperable, que es la que va siempre ligada a un signo individual, anárquico y de pequeños grupos visionarios.

Pero extraigamos de la tercera de esas justificaciones algunas consecuencias de interés.


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LA MINORÍA RECTORA. EL PODER POLÍTICO QUE ESPAÑA NECESITA



Una de las enseñanzas históricas que cabe obtener del ciclo mundial demoburgués, consiste en la demostración de que no es baladí, para un gran pueblo, el tipo social de que extrae su minoría rectora, su cuerpo político dirigente.

No todas las gentes, no todos los grupos sociales ofrecen garantías de comprender y servir de un modo profundo los intereses generales e históricos de la nación, y al decir de la nación, puede también decirse del pueblo entero. La democracia liberal y parlamentaria confía la misión dirigente a los elementos representativos de su propio régimen, elementos escépticos, de tira y afloja, es decir, a los abogados.

Las luchas por la revolución nacional, la estrategia seguida en ellas, debe tener en cuenta esos hechos, al objeto de que su triunfo no signifique al final el fraude de dejar a la revolución sin gerencia propia, sin mandos fieles.

España es uno de los pueblos que más necesitan poner sus destinos en manos que interpreten con el máximo rigor y fidelidad su propia esencia. Sólo así rendirá, efectivamente, consecuencias fecundas de orden histórico. La revolución nacional, pues, no debe olvidarse de que ella misma tiene que producir y crear la propia minoría dirigente, a cuyo cargo puedan confiar las grandes masas nacionalizadas la tarea de realizar las transformaciones y de conducir con temple y buen ánimo la nave del Estado nacional.

Más que nunca hoy, y en España sobre todo, tanto por su expresión histórica como por el futuro peculiar que le corresponde, se precisa que el Estado esté en manos de hombres con características en absoluto opuestas a las que suelen poseer los políticos demoburgueses.

Esa prueba, pues, esa demostración que adscribíamos a la acción directa de las juventudes nacional-revolucionarias, se relaciona con esta realidad, con esta necesidad de destacar, y poner al frente del Estado, hombres de entereza probada, de fidelidad probada y de angustia profunda y verdadera por el destino histórico del pueblo y de la Patria; demostraciones que sólo adquieren plenitud de evidencia a través de una acción y una gestión victoriosa, como forjadores y conductores de la acción directa de las fuerzas nacionales en lucha.

Esas características, que en cierto modo corresponden al hombre de milicia, no son, sin embargo, las de los militares de los ejércitos normales en regímenes burgués-parlamentarios -elementos en general burocratizados, pacifistas, estrechos, sin agudeza ni visión histórica-, sino que los producen las masas y los extraen los pueblos de su seno, ya que el cauce averiado mismo de la época en que surgen hace que no se encuentren incorporados a la vida oficial, es decir, sean oposición. En España estamos ante ese fenómeno. Vivimos una asfixiante monopolización de la vida pública por parte de leguleyos, burócratas, renunciadores y lisiados mentales de profesión.

Por eso, las juventudes tienen que reconocer la necesidad de dar paso a los valores humanos de más adecuada pigmentación para la tarea rectora. Han de salir de sus luchas y destacarse en ellas. Si esas luchas consisten en pacíficas exhortaciones a la vida hogareña y al fiel cumplimiento de los deberes de ciudadanía, mejor es no moverse, seguir en parálisis progresiva y dejar a los abogados, a los burócratas, a los buenos burgueses, su honrada función de liquidadores definitivos de la Patria.

Las empresas que cabe asignar al futuro inmediato de España requieren que, al frente de ella, figure un equipo de españoles fogueados y templados en jornadas de entereza. Nos hacen falta hombres sin la más mínima capacidad para el temblor, para el fraude y para 1a miopía histórica.


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NO ESTAMOS ANTE UN PROBLEMA DE MAYORÍAS



La mística de las masas no es la mística de las mayorías. La revolución nacional española no puede ser ejecutada ni realizada a retaguardia de la movilización de las mayorías. El compromiso de convencer previamente a la mayor parte de los españoles es quizá lícitamente exigible para cambiar una política de derecha por una de izquierda, o para otra frivolidad semejante, pero es inadecuado e infantil planteárselo a los ejecutores de la revolución nacional.

Y ello por muchas razones, tanto porque no es obligación de las mayorías numéricas ser depositarias y guardadoras directas del destino histórico nacional, como porque no son precisas las mayorías para el triunfo. El concepto  de mayoría es, en efecto, sólo un instrumento  de victoria política, el adecuado a los sistemas demoliberales. Pero no es ninguna otra cosa.

Fuera de la órbita demoliberal, el vocablo mayorías, como término o concepto político, carece absolutamente de sntido. La revolución nacional, pues, está al margen  de tal cuestión. La línea estratégica no tiene que moverse en tomo a la conquista de las mayorías, sino en tomo a un tipo diferente de valores, como son, de un lado, la movilización de las masas de más densidad y relieve nacional, y de otro, los resortes revolucionarios que le abran el camino del poder.

Las masas, sí. Constituyen una colaboración indispensable. Las masas pueden existir en tomo a una bandera y en tomo a una consigna, alcanzar incluso la victoria, y ser, sin embargo, minoría. Semejante diferenciación es necesario  hacerla con toda claridad desde la vertiente de la revolución nacional. Esta tiene que vencer, no a costa de ser  numéricamente mayoritaria, sino a costa de la perfección, la movilidad, el esfuerzo y la combatividad de sus masas.

Los españoles que de un modo activo, tenaz,  se afanen por la grandeza nacional de España, quieran liberar a sus compatriotas de la esclavitud intemacional, deseen un resurgimiento de la vida moral, económica y cultural de su Patria, etc., etc., pueden quizá ser durante largo tiempo minoría. Y no porque haya frente a ellos una mayoría hostil, con una conciencia antinacional y una voluntad de autoaniquilarse. No. Sino más bien porque es lógico que existan anchas zonas inertes, insensibles al sentido de aquellos problemas. Inertes, pero no enemigas. Pues no se olvide que las cuestiones que afectan a la revolución nacional son distintas a las cuestiones propiamente individuales y privadas.

Pueden escaparse, por tanto, a la apreciación de las grandes mayorías, a no ser en momentos excepcionales, en que confluyen de lleno la voluntad histórica nacional con las apetencias cercanas y concretas del pueblo entero. Este último es el mejor clima para la revolución nacional, y felizmente el que de un modo seguro apunta hoy en nuestra Patria española.


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LA REALIDAD DEL PUEBLO ESPAÑOL



Que se oponen a la revolución nacional fuerzas poderosas es un hecho evidente. También lo es que se vería obligada a un perfil duro, agrio, con determinados sectores de la vida social española. Pero la revolución nacional sería la menos sangrienta y rencorosa entre las que se vislumbran y amenazan hoy desencadenarse. Nosotros sabemos hasta qué punto es injusto vincular a nuestros contemporáneos la culpabilidad, tanto de la desgracia histórica de España como de la miseria y atraso económico en que nos hallamos.

Nos parece, pues, una injusticia enorme pretender que caiga directamente sobre grupo ni clase alguna la cuchilla vindicadora. Errónea y criminal tiene por tanto que parecernos la tentativa marxista de asolar la Patria con una acción de fuerte violencia contra supuestos culpables, merecedores de exterminio. Eso es una insensatez, y no le corresponderá al hecho de que así se intente pequeña parte entre las motivaciones estratégicas de la revolución nacional, la de impedir y detener la realización del marxismo, en rivalidad revolucionaria con sus propósitos. Creemos con firmeza que el pueblo español, la sociedad española, no ofrece hoy sector alguno al que adscribir de un modo exclusivo toda la responsabilidad. No hay aquí ni una gran burguesía enteramente explotadora ni grandes organizaciones obreras enteramente desnacionalizadas. Quien se acerque a la realidad de la Patria con morbosas imágenes de otros países, y trate de aplicar aquí formulillas y tácticas asimismo morbosas, está, desde luego, fuera de todo servicio a la revolución nacional española. Tenemos, por el contrario, que penetrar en la angustia íntima y profunda del pueblo español, de todo el pueblo, y percibir en todas las clases y escalas su pigmentación de grupos al margen de su plenitud histórica, necesitados en algunos aspectos casi por igual de liberación y auxilio.

Esa posición de la revolución nacional, que excluye toda lucha "apriorística" y a fondo contra clases y valores  genéricos, y que proyecta toda su violencia contra quienes se encuentren fuera de su implacable servicio a los destinos históricos de la Patria, estén donde estén los transgresores y sean quienes sean, es la posición verdadera de amor al pueblo español como tal, la auténtica bandera liberadora y potenciadora del espíritu de nuestro pueblo.


6
LA IGLESIA CATÓLICA Y SU INTERFERENCIA CON LA REVOLUCION NACIONAL



Antes hemos aludido a la necesidad de abordar el tema del catolicismo y sus interferencias con la empresa política y revolucionaria de las juventudes nacionales. El tema será todo lo arduo y delicado que se quiera, pero hay que hacerle frente y obtener de él consecuencias estratégicas.

La Iglesia puede decirse que fué testigo del nacimiento mismo de España como ser histórico. Está ligada a las horas culminantes de nuestro pasado nacional, y en muchos aspectos unida de un modo profundo a dimensiones españolas de calidad alta. Es, además, una institución que posee algunas positivas ventajas de orden político, como, por ejemplo, su capacidad de colaboración, de servicio, si en efecto encuentra y se halla con poderes suficientemente inteligentes para agradecerlo, y suficientemente fuertes y vigorosos para aceptarlo sin peligros, casi la unidad católica de los españoles. Quien pretenda en serio que hoy puede también aspirarse a tal equivalencia demuestra que le nubla el juicio su propio y personal deseo. No. Ahora bien, ocurre asimismo que sólo bajo el signo de la democracia burguesa y parlamentarista, es decir, sólo bajo la vigencia de un régimen político demoliberal, podría España vivir o mal vivir sin solidaridad nacional profunda, sin unidad moral.

La tarea de crearla, de propagarla, de imponer coactivamente sus postulados es una de las finalidades históricas, la más alta de este momento, en que asistimos, sin ninguna duda, a la ruina y a la decrepitud irremediable de aquel sistema, a la imposibilidad de que rijan la vida española instituciones sin fe, espectadoras e incrédulas.

Fe y credo nacional, eficacia social para todo el pueblo, pedimos. Pues sabemos que sólo así dispondremos de instrumentos victoriosos, y que sólo así no caeremos en vil tiranía, imponíendo a todos su obligación nacional y su fidelidad a los destinos históricos de España.

En nombre de la Patria y en nombre de la liberación social de todo el pueblo, no nos temblaría el pulso para cualquier determinación, por grave y sangrienta que fuese. Sí le temblaría hoy, en cambio -y haría bien en temblarle-, a la  iglesia para una decisión coactiva sobre los incrédulos.

La revolución nacional es empresa a realizar como españoles, y la vida católica es cosa a cumplir como hombres, para salvar el alma.

Nadie saque, pues, las cosas de quicio ni las entrecruce y confunda, porque son en extremo distintas. Sería  angustiosamente lamentable que se confundieran lasconsignas, y esta coyuntura de España que hoy vivimos se resolviera como en el siglo XIX, en luchas de categoría estéril.

España, camaradas, necesita patriotas que no le pongan apellidos. Hay muchas sospechas -y más que sospechas- de que el patriotismo al calor de las Iglesias se adultera, debilita y carcome. El yugo y las saetas, como emblema de lucha, sustituye con ventaja a la cruz para presidir las jornadas de la revolución nacional.


7
EL CONCURSO DE LOS TRABAJADORES. LA CLASE OBRERA ESPAÑOLA



Es evidente que una de las finalidades de la revolución nacional es y tiene que ser la nacionalización de los trabajadores, es decir, su incorporación a la empresa histórica que España representa. Mientras más amplia y vigorosa sea la sustentación del Estado nacional, más firmeza y eficacia habrá en su norte histórico.

Si las juventudes angustiadas y sensibles a las desgracias de España, emprenden una acción enérgica en pro de su fortaleza y liberación, tienen que buscar con más insistencia que otros los apoyos y colaboraciones de una parte -lo más amplia que puedan- de la clase obrera, de los asalariados, de los pequeños agricultores y, en fin, de esa masa general de españoles en constante y difícil lucha con la vida.

Precisamente, es la revolución nacional la única bandera donde pueden confluir, y considerar como suya, las gentes de España más varias, en busca, tanto de su peculiar problema, como de ese otro gran problema de España, cuya solución comprende todos los demás.

La incorporación de los trabajadores a la causa nacional de España proporcionaría a ésta perspectivas históricas  enormes. No sólo no se puede prescindir de ellos, sino que es necesario, a toda costa, extraer de la clase obrera luchadores revolucionarios y patriotas. Sería tan lamentable que la revolución nacional no lograse esos concursos, que la invalidaría casi por completo.

Todas las empresas que son hoy precisas en España para conseguir su elevación histórica y su victoria nacional, coinciden casi por entero con los intereses de la masa española laboriosa. Nadie como ella puede hoy levantar en alto una bandera de liberación histórica, y nadie necesita como ella, con más urgencia, unir sus destinos a los de la Patria.

En las 1uchas contra el imperialismo económico extranjero, por la industrialización nacional, por la justicia en los campos, contra el parasitismo de los grandes rentistas, etc., la posición que conviene a los trabajadores es la posición misma del interés nacional.

La estrategia de la revolución nacional respecto a las organizaciones obreras, ofrece dificultades enormes, que sólo pueden ser vencidas a fuerza de honradez, decisión y sentido profundo de los intereses españoles verdaderos. Por una serie de razones -clases medias poco vigorosas, deficiente atmósfera patriótica en el país, gran confusionismo en tomo a la causa nacional-, en España se necesita de un modo extraordinario el concurso de los trabajadores, y las juventudes nacionales se verán obligadas, con más intensidad que en otros pueblos, a dar a su revolución un signo social fuerte, todo lo avanzado que requiera el cumplimiento de esa consigna de incorporación proletaria. ¡ Ah! Pero también a ser implacables, severas, con los núcleos traidoramente descarriados, que se afanen en dar su sangre por toda esa red de utopías proletarias y por toda esa red de espionaje moscovita, que se interpone ante la conciencia española de las masas y nubla su fidelidad nacional.

No supone ningún imposible que las juventudes consigan atraer para la causa nacional que ellas representan, grandes contingentes de trabajadores. Estos percibirán con más rapidez y entusiasmo que otros la causa de la juventud. Pues se trata de gentes más fácilmente dispuestas a aceptar banderas nuevas, sin que pesen sobre ellas excesivas presiones de ideas heredadas y de familia, como por el contrario ocurre en la mayoría de las otras clases, para quienes la causa de España viene ya de antiguo ligada a rutas tradicionales y muertas.



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Garra Hispanica

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